Por Ruth Ocumarez

Querida Ansiedad:

Hoy decido escribirte porque estoy cansada de la forma en que entras en mi vida sin avisar, como un huésped no invitado que se queda más tiempo del que debería. Eres ese susurro insistente en mi mente que convierte lo más pequeño en una montaña, el peso invisible que llevo en mi pecho cuando todo debería sentirse ligero. Te conozco bien, demasiado bien, y, aunque no te quiero aquí, reconozco que, de alguna manera, me has hecho más fuerte, aunque a un precio muy alto.

Eres mañosa, Ansiedad. Te presentas con disfraces: a veces como miedo, otras como preocupación, e incluso como duda. Robas mis noches con insomnio, haciéndome repasar cada error, cada decisión, cada posibilidad. Me haces pensar en «qué pasaría si» tanto, que a veces olvido vivir el ahora. ¿Por qué siempre te empeñas en pintarme el peor escenario?

Recuerdo las veces que has sido implacable. Aquellas ocasiones en que mi corazón corría como si hubiera una amenaza real, cuando mis manos temblaban y mi mente se nublaba, incapaz de distinguir la verdad de tus mentiras. Has hecho que cuestione mi valor, mi capacidad y mi estabilidad, como si no fuera suficiente, como si nunca lo fuera.

Pero también recuerdo los momentos en que logré enfrentarte. En cada respiración profunda, en cada paso fuera de mi zona de confort, he aprendido que no eres invencible. Has intentado aislarme, pero he encontrado refugio en las palabras de quienes me entienden, en la ayuda profesional y en la gente que no se rinde conmigo, incluso cuando yo estoy al borde de rendirme.

A veces me pregunto, Ansiedad, si te alimentas de mi necesidad de control, de mi miedo al fracaso o de las expectativas que siento que debo cumplir. Has hecho que mi mundo sea más pequeño cuando he permitido que tus temores dicten mis elecciones. Pero ahora entiendo que tú no eres mi identidad. Eres una parte de mi vida, sí, pero no eres quien soy.

Hoy escribo esta carta para decirte que no me defines. Estoy aprendiendo a convivir contigo, a reconocer que tus señales, aunque molestas, a veces son mi cuerpo pidiéndome pausa, cuidado o atención. Estoy aprendiendo a verte no como un enemigo, sino como una sombra que puedo iluminar. No siempre será fácil, lo sé, pero también sé que no estoy sola en esta lucha.

Hay tantos como yo, Ansiedad, que conocen tus trucos. Personas que te enfrentan cada día con valentía, a pesar de las noches oscuras y los días llenos de dudas. Personas que han sentido ese nudo en el estómago, que han querido gritar por el alivio de un momento de paz. A ellos les digo: no están solos. Y a quienes nunca te han conocido, les pido que miren con compasión. Esto no es «estar nervioso». Esto no es «solo una mala racha». Es un desafío invisible que merece empatía, no juicio.

Ansiedad, sé que tal vez nunca te irás del todo. Pero quiero que sepas que no me quebrarás. Aprenderé a vivir con tu presencia sin dejar que me controles. Aprenderé a escucharme más a mí misma que a ti. Porque, al final del día, yo soy más fuerte que tus mentiras, y mi vida no te pertenece.

A quienes leen esta carta:
¿Has sentido alguna vez que no puedes respirar, que tu mente no para de correr, o que el peso de lo invisible es insoportable? Reflexionemos juntos sobre cómo la ansiedad afecta a tantos, en silencio, en soledad. Si no la has vivido, escucha. Si la conoces, busca apoyo. La ansiedad no tiene por qué ganarnos, pero necesitamos unirnos para hablar de ella, entenderla y, sobre todo, tratarnos con amor y paciencia.

¿Y tú? ¿Qué palabras le dirías a tu ansiedad? Compártelas, quizás tus palabras sean el alivio que alguien más necesita.

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