Califé era un cronista de la cotidianidad de los barrios populares y al mismo tiempo un crítico sutil con ingeniosidad poco común, sobreviviente en plena dictadura, gracias a su talento artístico, que le impidió no caer preso o ser eliminado. 

El carnaval que nos llegó de España, trajo diversos personajes, que han ido desapareciendo con el tiempo, pero algunos todavía persisten, aunque hayan sido transformados. De esa época, hoy tenemos a los Diablos “Cajuelos” y a la Muerte.

En el proceso de dominicanización del carnaval, la capacidad creadora del pueblo ha ido transformando los personajes existentes para “ser otros”, como es el caso del diablo, originalmente presentado con un mameluco, indiscriminadamente con colores rojo, negro, amarillo verde y azul, incluso con un rabo,   el cual se convirtió en el personaje central del carnaval dominicano, no como culto a este personaje, sino como sátira, en un “mundo al revés”.

En ese proceso de criollización, surgieron nuevos personajes en todos los carnavales del país, ganando algunos de ellos dimensión nacional como es el caso de Robalagallina.  En el carnaval de la ciudad de Santo Domingo surgieron, entre otros, Se me muere Rebeca, los galleros, los Tiznaos los Indios, los Alì-Babà y Califé.

Califé, se convirtió en el personaje más fascinante, carismático y enigmático del carnaval dominicano. Su figura era popular en Santo Domingo y Santiago. Era la suma de la sátira, la ironía y la criticidad, a tal punto que yo lo he bautizado como “la conciencia del carnaval”.  Era un personaje divertido, alegre, irónico y subversivo.

Después de la Gesta Patriótica de la Guerra Restauradora del 1865, cuando se redefinió la identidad nacional y la reafirmación de la dominicanidad, Juan Sampol (Juaniquito), un legendario combatiente, que era un excelente poeta repentista, pasó con gracia a ser un ingenioso crítico a nivel popular.  En plena ocupación norteamericana en el país, (1916-24) este personaje se paraba en una esquina céntrica en Santo Domingo, donde había mucho público y con toda solemnidad, refiriéndose a los gringos, exclamaba:

“El Congreso está reunido

y el pueblo está esperando:

¡Se van o no se van¡

¡Se van o no se van!”.

Con cara de yo no fui, con toda la ironía del mundo, en un clima de silencio donde la mayoría tenía miedo de hablar, sin decir nombre, este personaje iba caminando y hablando solo repetía con insistencia:

“Ni na, ni na,

el que no es de aquí

se va…”

Cuando se produjo la desocupación de los marinos norteamericanos, mientras el pueblo se alegraba con júbilo, parado en un banco del Parque Colón, Califé repetía con ironía:

“Se van los americanos

con su banderita en popa

muchas mujeres se quedaron

con la barriga en la boca”.

Sampol desapareció, quedando en en el recuerdo de todos los que lo conocieron. A partir del 1934, inspirado en este personaje, surgió en el barrio de San Carlos el personaje de Califé.  Este vestía, como sátira a una élite de tertulianos del parque Colón, un frac con un sombrero sobredimensionado de copa y una corbatica de lazo, con la cara pintada de negro y una güira en las manos, para darle musicalidad a sus versos, ya que era un excelente repentista satírico, que iba acompañado de un grupo de niños que le hacían coro: “Califé, Califé, Califé”.

Califé era un cronista de la cotidianidad de los barrios populares y al mismo tiempo un crítico sutil con ingeniosidad poco común, sobreviviente en plena dictadura, gracias a su talento artístico, que le impidió no caer preso o ser eliminado. Califé caminaba por las calles en pleno carnaval, seguido por mucha gente que gozaba con sus versos.  Cuando llegaba a una esquina, analizaba rápidamente si había alguien que le pareciera Caliè.  Algunos le hacían señas de si había o no.  Sus versos dependían de esto.

El escenario eran los barrios populares de la parte norte de la ciudad de Santo Domingo.  Ese era su mundo, sus versos eran parte de una fotografía de su cotidianidad, expresión de su realismo mágico, en un espacio de sobrevivencia, donde los prostíbulos eran comunes.  En una ocasión, llenó de pudor a unas “señoras” que se pararon por casualidad para verlo y se pusieron “rojas”, cuando Califé exclamó:

“Ayer se murió un cuero

en busca de un ”canguro”,

hoy no è na que ten de duelo

tò lo maipiolo y tò los chulos”.

Pero cuando Califé llegaba a una esquina y no le huelìa a Caliè, inocentemente preguntaba a los presentes

“Adivina, adivinador

en que se parece una ensarta de ajo

al  gobierno.

¡En que ninguno tiene cabeza!…

Antes que inmediatamente, Califé desaparecía y la esquina se quedaba vacía. Cuando la dictadura trujillista fue eliminada.  Tranquilo, sosegado, risueño, Califé exclamaba:                                                                                                        “A los blancos le da fiebre

a los negros tobaldillo

Ay quien no decía:

¡Que viva el General Trujillo!”

Inocencio Martínez, alias “Chencho”, murió, pero Califé, el personaje se eternizó en la dimensión crítica del carnaval, expresión de la creatividad popular, quedando como

símbolo de la subversión y de la rebeldía de los sectores populares en una sociedad injusta, de exclusión, prejuicios y opresión. ¡Califé es la conciencia del carnaval!

Fuente: https://acento.com.do/opinion/calife-la-conciencia-del-carnaval-9008517.html

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